miércoles, 9 de julio de 2014

Aragón: José Marcelino Navarro

José Marcelino Navarro

Vecino de Torrellas (Zaragoza) y uno de los "Cuatro de Torrellas". Soltero. Alguacil y jornalero afiliado a la UGT, muere asesinado por los sublevados el 20 de octubre de 1936 cerca de Ágreda y en compañía de otros tres vecinos de Torrellas. Es el más joven del grupo, habiendo nacido en 1917. Sus restos son arrojados a una fosa común y exhumados en octubre de 2010.

El informe forense reza:

El Individuo 1 se corresponde con el subadulto, esto es, Marcelino Navarro. Estatura: 1,76 m.

Encontramos la siguiente información acerca de él en el blog fusiladosdetorrellas.blogspot.com.es:

El agudo sonido de la trompetilla resonó en la Plaza Mayor de Torrellas, aunque sus ecos llegaban también, amortiguados, a las últimas casas del pueblo. Marcelino, el alguacil, carraspeó antes de dar lectura al “bando” municipal de ese día. “¡Se hace saber…!” eran las palabras con las que siempre comenzaba sus pregones. Como siempre también muchos curiosos se acercaban para estar bien informados. Otros esperaban a que terminase para comentar lo escuchado.

Esta era quizás la parte de su trabajo de la que se sentía más orgulloso Marcelino, un trabajo que tenía en realidad múltiples y variados oficios, entre ellos relojero del reloj municipal al que subía a dar cuerda, vigilante del servicio de aguas y del alumbrado de las calles, y un sinfín de tareas por las que cobraba del ayuntamiento unas pocas pesetas. A pesar de ello, sabía que servía al pueblo y a sus vecinos y esa conciencia de sentirse útil le recompensaba más que la magra paga que recibía.

Además, tenía como alguacil cierta autoridad moral entre los vecinos y era respetado siempre en cuantas advertencias o recomendaciones pudiera realizar, en atención a los servicios y órdenes municipales. Eso no quitaba para que, en ocasiones, su tarea pudiera resultar algo enojosa y antipática, pues era él quien daba la cara para el cumplimiento de una norma o acción ordenada por el alcalde.

Nada de eso le impedía llevarse bien con todos en un pueblo donde tabernas y cafés, principales lugares de ocio y de sociabilidad, se distinguían por la posición económica e ideológica de quienes iban a ellos. Estaba el Café de los monárquicos en la plaza de la iglesia y el Café Moderno, también llamado Republicano, en la plaza mayor. Era a éste último al que solía acudir Marcelino en algún rato libre. De todos era sabida su amistad con republicanos y gentes de izquierdas del pueblo, especialmente con muchos afiliados a la UGT con los que compartía la ilusión de conseguir un mundo mejor y más justo pero que no terminaban de convencerle para que se afiliara.

Así transcurría la vida de un chico joven y soltero, para quien las preocupaciones de la vida adulta estaban aún muy lejos, lleno de ilusiones para el futuro e inconsciente de lo que se venía encima.

El alcalde y los concejales socialistas habían sido depuestos por los golpistas varias semanas atrás. Así los habían neutralizado para evitar que reorganizasen al pueblo, desorientado frente al golpe. A él también lo habían depurado de su cargo de alguacil, aunque todos sabían que trabajar para el ayuntamiento no significaba que él fuera un frentepopulista practicante.

A pesar de todo se encontraba aquella tarde de octubre en casa, junto a sus padres y sus hermanos. La puerta, siempre abierta, dejó paso a tres o cuatro desconocidos que gritaron su nombre: “¡Marcelino Navarro Torres, que baje!”. Al oírlos, uno de los hermanos mayores descendió las escaleras para encontrarse con aquellos hombres armados, cuyas camisas azules y correajes cruzados los delataban como falangistas. “¿Qué queréis?”, les preguntó irritado por aquella intromisión y los malos modos que demostraban. Por toda respuesta, el que parecía ser el cabecilla le puso una pistola en la cabeza mientras le empujaba hacia la calle. Afuera, alguien gritó: “¡No, ese no es, es otro más pequeño!”. Entonces se presentó Marcelino, diciendo “Yo soy el que buscáis”. Cuando se lo llevaban, su madre le quiso dar una chaqueta pues ya refrescaba. “No le va a hacer falta”, dijo desdeñoso uno de los miembros de la cuadrilla.

Aquella misma noche le asesinaron. Dicen que quienes están a punto de morir recuerdan nítidamente los acontecimientos de toda su vida. A Marcelino le debió costar poco tiempo el hacerlo. Sólo tenía 17 años. Y toda la vida por delante. 

Sobre su exhumación (fuente: igoig.blogspot.com.es):

La ASRD hace hoy público el estudio forense (se adjunta), realizado por la Fundación Aranzadi en la Universidad del País Vasco, de los cuerpos de los cuatro civiles naturales de Torrellas exhumados entre el día 9 y el 11 de octubre de 2010. El exhaustivo informe, que incluye las pruebas genéticas y las investigaciones antropológicas y forenses necesarias, identifica positivamente la relación de los cuerpos exhumados en Ágreda con Luis Torres (35 años), Marcelino Navarro (18), Gregorio Torres (40) y Feliciano Lapuente (33).

Se concluye que los cuatro civiles sacados de sus casas (no habiendo frente de guerra en Torrellas) por fuerzas de Guardia Civil y Falange fallecieron "como consecuencia directa de las lesiones [producidas] por arma de fuego" tal y como la familia sabía desde hace larguísimos años y como se puede confirmar en los informes periciales adjuntos firmados por el antropólogo forense Francisco Etxeberría.
En el informe se puede observar que Marcelino (identificado como individuo 1), de 18 años, recibe varios impactos de bala: En ambas clavículas, en las costillas, en el bajo vientre y en la cabeza (con entrada por la parte posterior y salida por la boca).

Feliciano Lapuente (identificado como individuo 2) recibe impactos en la parte posterior de la cabeza (con salida por la cara), y que atraviesan la segunda vértebra cervical.

Gregorio Torres tiene una bala en la cabeza.

Y Luis Torres tiene dos disparos en la cabeza (salida por la mandíbula), y uno en el bajo vientre.

La ASRD vincula directamente los asesinatos extrajudiciales de los cuatro civiles a la ejecución del genocidio político planificado premeditadamente por los generales alzados en armas contra el gobierno democrático de la II República, elegido legalmente en las urnas. Pese a las interpretaciones, a nuestro juicio sesgadas, de la Ley hechas por el Tribunal Supremo en el juicio contra el magistrado Baltasar Garzón Leal, consideramos que dichos asesinatos suponen crímenes de lesa humanidad según la legislación emanada de los juicios de Nuremberg que tuvieron carácter retroactivo hasta 1933, año en el que el Partido Nacionalsocialista ganó las elecciones alemanas. Además, ya el 20 de octubre de 1936 (fecha del asesinato) las detenciones ilegales, las ejecuciones extrajudiciales, los expolios, los destierros, las detenciones arbitrarias…eran crímenes internacionales graves.

La fosa de los Cuatro de Torrellas

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